martes, 5 de octubre de 2010

¿Quiere usted arder en la hoguera?

Ortega y Gasset escribió “Cuando el hombre cree en algo, cuando algo le es incuestionable realidad, se hace religioso de ello”.


Y la fe, asociada inevitablemente al concepto religión, puede definirse como Creencia en algo sin necesidad de que haya sido confirmado por la experiencia o la razón, o demostrado por la ciencia o Confianza en el éxito de algo o de alguien.

Ambos conceptos -religión y fe- forman parte, unidos, de la actividad humana.
Quizá por cercanía social, los mecanismos de la Iglesia Católica y de los políticos contemporáneos en Occidente,  nos resultan curiosamente similares.


En el pasado la Iglesia Católica anunciaba la existencia de los demonios y nos prevenía de la amenaza que representaba para todos nosotros.  Simultáneamente, la Iglesia Católica se ofrecía como el único y eficaz remedio contra la amenaza. “Los demonios” era algo intangible, invisible y desconocido, es decir, el componente básico para crear el miedo. Al tratarse de algo cuya existencia se debía exclusivamente a la fe, el miedo dependía de ésa fe. Si no existía fe, y alguien pretendía someter a la razón el concepto “demonio”, el miedo corría peligro de desaparecer, y sin miedo no habría sumisión. La Iglesia Católica lo sabía y no podía permitirlo, porque aquello que se oponía al dogma ortodoxo era una herejía, y decidió suprimir las herejías, utilizando lo que hasta entonces era conocido como el mejor remedio contra los herejes: la inquisición.
La inquisición no tenía por objetivo único la supresión del hereje, sino, y sobre todo, la ejemplaridad para amedrentar a posibles futuros herejes.

Las labores inquisitoriales resultaban  -y resultan- altamente productivas si previamente se había conseguido generar tensiones persistentes entre los ignorantes, lo cual, como es obvio, resultaba sencillo mediante aliados como el binomio brujería-fuego. Los niveles de sumisión, y el número de delatores, crecían acorde al número de herejes asados en hogueras, unido al riesgo de ser acusado, sin defensa alguna, de brujería.



¿Y en la actualidad?

En la actualidad los hombres siguen creyendo en realidades que les son incuestionables, en cosas no tamizadas en el filtro de la razón, y confiando en el éxito de empresas y personas que son auténticos desconocidos. Dicho de otra forma: los hombres continúan haciendo uso de las actividades humanas de la religión y la fe.
Pero ésas actividades ya no están vinculadas en exclusiva a la Iglesia Católica. Ahora están también vinculadas a otro ente que se alimenta de las mismas actividades, y que ejercita los mismos métodos que sus predecesoras: la democracia.

Del mismo modo que antaño las iglesias sobresalían en las ciudades por encima de las casas, y ahora o la iglesia es más baja o ni siquiera existe, llegará el tiempo en que la democracia desparezca. Y no desaparecerá por agentes ajenos al sistema, sino que los mismos que la ensalzan hoy, serán quienes ejerzan de evangelistas de la "buena nueva" que dará al traste con un método político que ya evidencia signos de agotamiento, porque la inevitable tendencia bipartidista  cada vez más equilibrada y la igualmente cada vez más escasa participación, han invertido y pervertido el concepto de democracia llegando a una realidad donde la minoría se impone a la mayoría.  Sucederá igual que con cualquiera otra de las recomendaciones sociales: de repente lo que se anunciaba como beneficioso resultará perjudicial.
Los creyentes de la democracia tienen muchos puntos en común con los creyentes  eclesiales: no admiten que sea cuestionada la realidad que perciben de aquello en lo que creen, su creencia excluye en buena parte el uso de la razón, y suelen demostrar una confianza inagotable tanto en personas como en las ideas de otros.
Existe un termómetro que permite medir la temperatura, o la intensidad de la fe de los modernos creyentes, y se llama encuesta. En las encuestas sobre candidatos políticos, los porcentajes de "no sabe" o "no contesta" suelen ser extremadamente reducidos, lo que crea la falsa apariencia de que el encuestado dispone, en general, de información de nivel medio-alto que le permite valorar , con conocimiento, la candidatura encuestada. Pero la realidad es otra muy diferente.
En la actualidad es común que en vísperas de comicios electorales en grandes áreas de población, uno encuentre en su buzón una lista con el anagrama de un partido político seguido de una serie de nombres de personas, sin ninguna otra información complementaria. Ni un simple resumen del programa electoral. 
Aproximadamente en un 97% de los casos, el 90% de los nombres resultan desconocidos para el creyente, y en un 99'9% (el 0,01% queda para familiares y amigos íntimos) el creyente desconoce absolutamente todo sobre el nombre que aparece en la lista. Sin embargo, cuando el creyente es encuestado para opinar sobre la eficiencia, o la moralidad, o la honradez, o la capacidad, o la determinación del candidato, raramente se queda en el hueco de "no sabe" o "no contesta": el creyente ejerce de religioso, y contesta con algo de lo que está convencido, y que no se cuestiona; es decir: realiza un acto de fe.

Por tanto, mientras el termómetro marque valores bajos para "no sabe" - "no contesta" la salud de la fe de los creyentes será excelente. No obstante será preciso estar pendiente del aspecto más definitivo: el número de creyentes que participen en las ceremonias , y muy especialmente en la liturgia de las elecciones. La asistencia de creyentes a las ceremonias,  es un indicador de la fortaleza de una religión.
Es habitual que las religiones opten por hacer comprender a sus fieles que quienes no están con ella, están contra ella. Al menos ésa es la línea de conducta para señalar a los herejes; a aquellos que tienden a apartarse del método. 
Curiosamente, los herejes de la democracia son calificados como fascistas, anarquistas, etc.  lo que en términos religiosos equivale a impuro y conlleva que nadie quiera convertirse en candidato a la hoguera. Es decir: es la propia democracia la que excluye a los disidentes del método, dejando sin opción al hereje, lo estigmatiza y lo aísla.
Y pese a ello, habremos de ver -no tardando- la afloración espontánea y masiva de profetas y apóstoles anunciándonos la "buena nueva" de una nueva religión, con sus "nuevos" líderes. Queda por poner un nombre, pero tampoco éso es un problema. ¿Monarquía global? ¿República planetaria?. Es igual. Se llame como se llame, sus nuevos fieles y adeptos volverán a contarse por millones... y a denostar a los herejes.
 A fin de cuentas, a nadie le apetece arder en una hoguera, que le tilden de fascista, ni que se lo lleve El Coco ni Bin Laden.

Todo es cuestión de religión y fe.