La liturgia del clima...
Un gobierno occidental que se precie, dispone de un ministerio cuyo nombre evoque la preocupación de tal gobierno por el medio ambiente.
La moderna Iglesia de la Climatología abarca una amplia variedad de fieles, desde su Sumo Pontífice “Al” Gore (no sé de que me suena éso de Al) que no predica si previamente no le abonan una limosna en euros de -al menos- 5 ceros, al pobre demente que sufre de ansiedad porque no sabe en qué contenedor ha de colocar el papel aluminio, pasando por los millones de amas de casa que se ufanan de haber aprendido el Catecismo del Reciclaje, y se muestran fervorosas histéricas de “su cometido” en éste planeta.
Pero como en tantos otros órdenes de la vida, las incongruencias y contradicciones están patentes en ésa franquicia de manipuladores sociales que, bajo la marca blanca “gobierno”, predican un evangelio mientras practican otro.
Con un mínimo esfuerzo por nuestra parte, podemos comprobar que en las grandes ciudades, y especialmente en las de occidente, la contaminación atmosférica adquiere niveles alarmantes. Esa saturación de sustancias nocivas en el aire es debida, en buena parte, a la circulación de vehículos a motor, y durante los meses de frío, también a sistemas de calefacción, bien entendido que la saturación se produce por la masificación, por la alta concentración de elementos contaminadores en territorios muy limitados. Pero... ¿acaso podría hacerse algo por evitar ésta situación?. Por ejemplo: ¿es adecuado mantener, pasada la primera década del siglo XXI, un modelo fabril de hace 100 años en la actividad laboral?
Una de las principales incongruencias es llamar al mundo en el que vivimos , "sociedad de la información"; o salibar de auto complacencia por afirmar que se vive en la era de la grandes tecnologías y hacer acudir a los trabajadores a un mismo centro de producción, siguiendo el mismo método fabril de hace un siglo, en una época en que ha disminuido drásticamente tanto el número de fábricas como el de trabajadores en ellas. Un elevado número de trabajadores podría realizar su trabajo sin necesidad de desplazamientos si, pero, ¿interesa?. Últimamente se está forzando a los países de economías mas volátiles a llevar a cabo una reforma laboral, pero ¿se contemplan éstos aspectos prácticos?.
Centrando el comentario en España, la mayoría de la fuerza laboral está compuesta por el sector de los servicios, y tradicionalmente los gobiernos españoles muestran escaso o nulo interés por el desarrollo científico e industrial, e irrelevante en cuanto a formación laboral, lo que deja en escena un país marginal como productor. En consecuencia la inmensa mayoría de los trabajos son de baja cualificación y necesariamente presenciales, como muestra el hecho de que las únicas propuestas de reforma laboral no son más que variaciones sobre la manera de obtener un despido más barato para el empresario. No obstante, España cuenta con una descomunal masa funcionarial en sus múltiples capas administrativas oficiales, que se extienden, por simpatía, a los entes para-oficiales, con una cifra estimada de algo más de 3 millones de personas.
Por otro lado, la tendencia en un futuro inmediato (a nivel mundial) es que aproximadamente el 70% de la población viva agrupada en grandes urbes, al tiempo que los sistemas de comunicación y transporte aumentan sus capacidades y velocidades, paradoja de compleja comprensión.
Volviendo a España, es enorme el porcentaje de domicilios equipados con banda ancha para acceso a redes de datos, paralelo al equipamiento de ordenadores personales, así como el interés de los usuarios en disponer de ordenadores y conexiones cada vez más potentes, aunque curiosamente su interés no vaya más allá de los aspectos lúdicos (juegos, audio y video) conforme a la generalizada ignorancia de otros usos.
Dadas las premisas anteriores, cabe preguntarse la razón por la que en España apenas exista el tele-trabajo. La mayor parte de los funcionarios y asimilados podrían ejercer su trabajo desde casa, y en el sector privado, la mayoría del personal administrativo también. Idealmente la situación cambiaría a menos vehículos concurriendo en tiempo/espacio, menor gasto en pagar suelo de oficinas y una importante reducción del gasto energético. Aparentemente, favorable a los evangelios de la Iglesia de la Cimatología, ¿no?.
Además, la vida familiar y social de los trabajadores saldría reforzada al poder disponer de mayor tiempo y dinero.
Veamos algunos puntos de vista de los detractores del tele-trabajo:
Aunque la relación de razones entusiastas y detractoras es somera, de lo que poca duda puede quedar es que si el trabajo fuera racionalizado a la situación del siglo XXI, disminuirían drásticamente tanto los problemas de contaminación urbana, como los beneficios de empresas energéticas y el enriquecimiento de oportunistas en negocios satélites.
Es comprensible que las "reformas laborales" sean lo que son.
Una de las principales incongruencias es llamar al mundo en el que vivimos , "sociedad de la información"; o salibar de auto complacencia por afirmar que se vive en la era de la grandes tecnologías y hacer acudir a los trabajadores a un mismo centro de producción, siguiendo el mismo método fabril de hace un siglo, en una época en que ha disminuido drásticamente tanto el número de fábricas como el de trabajadores en ellas. Un elevado número de trabajadores podría realizar su trabajo sin necesidad de desplazamientos si, pero, ¿interesa?. Últimamente se está forzando a los países de economías mas volátiles a llevar a cabo una reforma laboral, pero ¿se contemplan éstos aspectos prácticos?.
Centrando el comentario en España, la mayoría de la fuerza laboral está compuesta por el sector de los servicios, y tradicionalmente los gobiernos españoles muestran escaso o nulo interés por el desarrollo científico e industrial, e irrelevante en cuanto a formación laboral, lo que deja en escena un país marginal como productor. En consecuencia la inmensa mayoría de los trabajos son de baja cualificación y necesariamente presenciales, como muestra el hecho de que las únicas propuestas de reforma laboral no son más que variaciones sobre la manera de obtener un despido más barato para el empresario. No obstante, España cuenta con una descomunal masa funcionarial en sus múltiples capas administrativas oficiales, que se extienden, por simpatía, a los entes para-oficiales, con una cifra estimada de algo más de 3 millones de personas.
Por otro lado, la tendencia en un futuro inmediato (a nivel mundial) es que aproximadamente el 70% de la población viva agrupada en grandes urbes, al tiempo que los sistemas de comunicación y transporte aumentan sus capacidades y velocidades, paradoja de compleja comprensión.
Volviendo a España, es enorme el porcentaje de domicilios equipados con banda ancha para acceso a redes de datos, paralelo al equipamiento de ordenadores personales, así como el interés de los usuarios en disponer de ordenadores y conexiones cada vez más potentes, aunque curiosamente su interés no vaya más allá de los aspectos lúdicos (juegos, audio y video) conforme a la generalizada ignorancia de otros usos.
Dadas las premisas anteriores, cabe preguntarse la razón por la que en España apenas exista el tele-trabajo. La mayor parte de los funcionarios y asimilados podrían ejercer su trabajo desde casa, y en el sector privado, la mayoría del personal administrativo también. Idealmente la situación cambiaría a menos vehículos concurriendo en tiempo/espacio, menor gasto en pagar suelo de oficinas y una importante reducción del gasto energético. Aparentemente, favorable a los evangelios de la Iglesia de la Cimatología, ¿no?.
Además, la vida familiar y social de los trabajadores saldría reforzada al poder disponer de mayor tiempo y dinero.
Veamos algunos puntos de vista de los detractores del tele-trabajo:
- La falta de control físico sobre el trabajador debilita su rendimiento.
- Temor a que el trabajador se relaje y dedique menos horas a la empresa.
- Un elevado número de personas precisa del entorno laboral para mantener o mejorar su autoestima personal.
- Bajaría la venta de vehículos, su mantenimiento y los repuestos.
- La reducción del gasto energético provocaría descenso de ingresos de empresas energéticas (eléctricas, gas y combustibles líquidos).
- Reducción del precio del suelo de oficinas al bajar la demanda.
- Reducción de la demanda de palacetes privados en alquiler (a precios astronómicos), para mantenerlos como sedes de administraciones públicas.
- Reducción de negocios basados en la construcción de recintos dedicados a oficinas.
- Pone en evidencia a vagos e incompetentes que no se podrían amparar en la masa.
Aunque la relación de razones entusiastas y detractoras es somera, de lo que poca duda puede quedar es que si el trabajo fuera racionalizado a la situación del siglo XXI, disminuirían drásticamente tanto los problemas de contaminación urbana, como los beneficios de empresas energéticas y el enriquecimiento de oportunistas en negocios satélites.
Es comprensible que las "reformas laborales" sean lo que son.