Hasta hace, quizá, un par de generaciones, las personas a las que se diagnosticaba de idiocia eran -proporcionalmente- minoría, y solían ser tratadas como enfermos en centros especializados en enfermedades mentales.
A juzgar por las noticias que escuchamos cada día, el número de idiotas en España no sólo ha experimentado en las últimas décadas una eclosión espectacular, sino que muestra tendencia a convertirse en pandemia.
El elevado número personas aquejadas de ésta enfermedad ha conseguido invertir el concepto de la misma, ya que el nuestro modelo social considera la enfermedad como una excepción a la norma mayoritaria, por lo que los no aquejados de idiocia son ahora vistos como los enfermos, y los idiotas como los sanos.
Este curioso reajuste social no hubiera sido posible sin el concurso de dos elementos base: el idiota activo y el idiota pasivo. El idiota activo es aquel idiota que muestra un fuerte cuadro de autoritarismo, y procura, por todos los medios, conseguir el control sobre los demás. Y el idiota pasivo (el más necesario para la mutación) es aquél que tiene capacidad para mostrarse fascinado por las actividades del idiota activo, llegando a parasitarlo en una perfecta simbiosis.
¿Vendrán de National Geographic para hacernos un reportaje a los españoles?