Los términos y expresiones grandilocuentes suelen utilizarse a modo de sustitutos de la razón. Decir -por ejemplo- sociedad de la información produce en seres ignorantes la sensación de algo magnífico, a lo que -cuanto antes mejor- desean "pertenecer".
En el mundo real, y dejando los tópicos sociales a un lado, el siglo XXI ha cursado su primera década en la misma línea en que se abandonó el siglo pasado: produciendo un efecto inverso al -quizá- deseable. Si bien el aumento de los sistemas de comunicación y de sus contenidos, es sinónimo de aumento de información, la realidad es que desde el punto de vista personal, la información útil disponible ha quedado reducida a la mínima expresión. La avalancha de información es tal, que convierte en prácticamente imposible la tarea de asimilación.
Existen incluso opiniones de que los sistemas educativos actuales también cooperan en ésa especie de resistencia a memorizar datos, facilitando así la reducción del conocimiento disponible. Tener la certeza de que la información está siempre disponible y al alcance de un botón, facilita la disminución del interés en almacenar la información en nuestro cerebro. Sin embargo, si fuéramos capaces de imaginar un mundo sin voltios, podríamos constatar la realidad de nuestra pobreza de conocimientos personales.
Un lenguaje pobre contribuye al aislamiento social, y si se le añade la dificultad que se observa en la actualidad para comprender expresiones simples, el aislamiento individual resulta notoriamente progresivo. Lo curioso es que tal situación se da en un momento en que los popes sociales promueven con harta insistencia el "trabajo en equipo", con detrimento -cuando no colaboración- para eliminar los valores individuales, al igual que eliminan con disciplina marcial, la iniciativa y la motivación personal. Un persona incomunicada y anulada como individuo es lo más próximo al ideal del taylorismo.
El mayor porcentaje de la información que nos llega hoy en día, es una información de baja calidad, destinada a consumidores de perfil bajo o muy bajo, con una tasa de latencia mínima pero un alto nivel de refresco, lo que convierte en prácticamente imposible un almacenamiento útil.
Por poner ejemplos prácticos, la información sobre amenazas es de tan baja calidad que sólo somos capaces de mantener en memoria la más actualizada, relegando las otras al olvido. Algunas son amenazas de un sólo uso, mientras que otras son reutilizables: "vaca loca" o "gripe A" pertenecen al primer grupo, mientras que "terrorismo", "inmigración ilegal", "cambio climático" o "paro laboral" son amenazas reutilizables y reubicables, dependiendo de una sencilla encuesta, el orden en que los ciudadanos manifiesten ubicarlas según "su propia" percepción. Pero la información de que disponemos sobre "vacas" (locas o no) es tan escasa y de baja o nula calidad como la que tenemos sobre "terrorismo". o cualquier otro tópico inducido. Lo único que sabemos es aquello que nos enseñaron de pequeños: que El Coco -bajo el nombre que sea- existe, y si no somos obedientes, nos llevará.
O el Tío Saín, que en éstas cosas... ¡¡nunca se sabe!!.
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